ATAECINA
- WICCA CELTIBERA CATALUNYA
- 9 nov 2021
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También Atecina, Ataegina, Ategina, Adaecina, Adegina… depende de la zona fue una diosa ctónica adorada por los antiguos ibéros, lusitanos, carpetanos celtas y celtíberos en la Península Ibérica, una de las deidades ibéricas más importantes a la que se rindió culto prácticamente en toda la Península Ibérica antes y durante la ocupación romana, al menos en los tres primeros siglos del Principado.
Ataecina era una diosa venerada en la región regada por el Guadiana, si bien recibió culto en otras áreas más apartadas. Su santuario principal se encontraba probablemente próximo a la Basílica de Santa Lucía del Trampal de Alcuéscar, donde han aparecido doce inscripciones.
En casi todas las inscripciones que encontramos sobre ella, es nombrada con el epíteto de Turobrigensis, lo cual hace pensar a los arqueólogos que la base de su culto se estableció en la ciudad de Turobriga en la Beturia Céltica (Plin. N.H 3,14). La diosa recibe el calificativo geográfico de Turobrigensis, Turubrigensis y Turibrigensis, de donde se infiere que tenía su principal santuario en Turóbriga; pueblo perteneciente, según Plinio, a la Beturia Céltica, comarca de la antigua Bética. .La diosa es conocida por diversas inscripciones en los valles del Tajo y del Baetis (Guadalquivir), donde la asimilaron a la diosa romana Proserpina: ATAEGINA TURIBRIGENSIS PROSERPINA.
El culto de Ataecina se extendió sobre todo en Lusitania y Bética; también había santuarios dedicados a Ataecina en Elvas (Portugal) y Mérida y Cáceres en España, además de otras localidades cerca del Guadiana. Fue una de las principales deidades adoradas en Myrtilis (actualmente Mértola, Portugal), Pax Julia (Beja, Portugal).
Gracias a la coexistencia armónica que se dio tras la romanización de la Península entre cultura latina y religiosidad indígena hoy se conocen un gran número de aras votivas dedicadas por indígenas a la diosa Ataecina con inscripciones en lengua latina fechadas entre los siglos I y III d.C. También hay testimonios en Toledo y Cuenca y en Cerdeña, donde seguramente llegó el culto a Ataecina gracias a soldados mercenarios. Los devotos eran de muy diferente procedencia social. Era una deidad de carácter infernal y su «celtismo» no es seguro.
Era la diosa del renacer (la primavera), la fertilidad, la naturaleza, la luna y la curación (en muchas inscripciones se le adjunta el sobrenombre servatrix, conservadora de la salud). Una diosa ctónica del Inframundo, dueña de todo lo que hay bajo el suelo y que por tanto, favorece la fertilidad de la tierra, siendo también por ello diosa de la fertilidad y del renacer vegetal, es decir, de la primavera, aunque pueda parecer paradójico que una diosa infernal pueda serlo al mismo tiempo de la primavera.
A menudo se la representaba con una rama de ciprés. Se sabe que tenía un triple carácter: infernal o ctónico, es decir, relacionada con el subsuelo, los pozos, etc.; agrario o vegetal, con atributos como el ciprés o la cabra; y médico. Por tanto es una diosa relacionada con lo funerario y con la fertilidad a la vez, al ser en su origen la diosa de la tierra y de los frutos de la tierra, que renacen todos los años. Steuding propone una etimología que hace más claramente de Ategina la diosa de la noche y de la oscuridad, por tanto, la dama blanca está ligada la noche como visión fantasmal, con su aureola de luz.
Otro aspecto importante son las capacidades mágicas y mediúmnicas de esta diosa: como diosa infernal, se le asociaba a la magia y a la curación; por ejemplo, la realización de ceremonias como la «devotio» que consistía en poner (por medio de fórmulas, es decir, magia de la palabra) a disposición de los dioses infernales a ciertos individuos a quienes se quería mal […].
Leite de Vasconcellos concreta más:
«Havia varios graus de devotio, desde a simplez praga ou maldiçao (imprecatio, execratio, etc.) oral ou escrita, até, em certo sentido, á consecratio capitis (morte) e ao ver sacrum».
Es el nuevo avatar de la ancestral diosa Innanna /Anna. Se cree que el nombre de Ataecina proviene del nombre celta ate gena, «nacida de nuevo» o «renacido». El sociólogo Moisés Espírito Santo afirma que el nombre combina Atta y Jana, el primero un epíteto de la diosa madre arquetípica y el segundo el nombre de la deidad romana Jana (forma femenina de Jano) o posiblemente de Diana, la diosa de la Luna.
En una inscripción a Ataecina aparece un vegetal que unos identifican con un ciprés y, por tanto, con la función infernal, y otros con una espiga de trigo, es decir, con la función agrícola.
Partiendo de la base de que Ataecina significa la “Renacida” podemos atribuirle sin problemas ese papel agrícola de traer la primavera y hacer renacer a la vegetación sobre la tierra. Este ciclo de las estaciones está asociado también al Inframundo a través del ciclo de la vida y la muerte; quizá la propia Ataecina realizara ella misma este ciclo al igual que Proserpina, caminando por el mundo durante la primavera y el verano para comenzar su descenso al Inframundo en otoño y vivir bajo tierra en invierno. Si esto era así, podemos entender por qué Ataecina parece ser una diosa tan importante en la región: de ella dependía el ciclo de las cosechas y los animales pero también el mundo de los muertos.
Este sociólogo también afirma que Ataecina es una deidad compuesta que surge de tendencias sincréticas. Tiene las mismas o parecidas funciones que la Perséfone griega o la Proserpina latina, y de hecho en varias inscripciones aparece sincretizada con esta como Araeciba-Proserpina como en la aparecida junto al pantano romano de Mérida. De ahí que se le atribuyan también funciones agrarias. Esta teoría viene reforzada por las inscripciones de época romana en la que se la identifica con la diosa Proserpina, quien habitaba en el Hades durante el invierno y volvía a la tierra para llevar la primavera.
Es curioso destacar que muchos de los yacimientos en los que se han encontrado inscripciones y objetos dedicados a Ataecina se encuentren cerca de explotaciones mineras de hierro y estaño. Esto refuerza el carácter de diosa del Inframundo de Ataecina, ya que en varias mitologías, el dios del Inframundo es poseedor también de los metales y minerales ocultos en las entrañas de la tierra. Un ejemplo sería el dios griego Hades.
Si algo nos ha ayudado a tratar de entender a Ataecina son las inscripciones que la ponen en relación con Proserpina. Sin embargo, ambas diosas no llegaron nunca a sincretizarse por completo por lo que hemos de ser cautos y no relacionar cualquier epígrafe dedicado a Proserpina en esa zona con una dedicación a Ataecina.
El hecho de identificar que ambas tenían las mismas funciones no quiere decir que se sustituyera el culto de una por la otra. En el siglo III d.C., con la romanización en Hispania más que asimilada, aún aparecen inscripciones dedicadas a cada una por separado. De hecho, en Úbeda aparece una inscripción en la que se relaciona a Ataecina con los Dioses Manes y no quiere decir que ambos cultos se asimilen sino que tienen la misma función.
Puede verse una posible pareja divina entre Ataecina y Endóvelico. Las dos deidades tienen en el medio natural su lugar de culto, como numen locis o espíritus protectores del lugar, relacionándose con otros espíritus y divinidades ctónicas, tal y como cuenta Estrabón (III, 3,6). Estos santuarios son de dificil acceso, tal vez buscando el misticismo de lo oculto entre las ramas de profundos bosques, dando mayor énfasis al carácter sagrado de estas divinidades a las cuales sus fieles encontrarían en una suerte de peregrinaje iniciático.
Las antiguas poblaciones de la Península Ibérica, se refieren a ella como Domina Dea Sancta, la «Señora Diosa Santa». El animal simbólico de Ataecina es la cabra y su árbol el ciprés (de marcado carácter funerario, no en vano la tradición de plantar cipreses en las necrópolis es de tradición mediterránea pre-cristiana, sobre todo latina). Es una diosa de la muerte y la regeneración, de los ciclos anuales de vida y muerte, seguramente en su aspecto invernal, cuando la tierra parece muerta.
Adegina era la deidad del culto de devotio ibérica . Era un juramento de los guerreros iberos y celtíberos que consagraban su vida a la divinidad a cambio de la salvación de su jefe; por ello, debían protegerle con sus armas y su cuerpo aun a costa de su vida. De ahí, que los devoti, estuviesen obligados a suicidarse en caso de que su jefe muriera, ya que sus vidas eran ilícitas al no haber sido aceptadas en trueque por la divinidad.
Los que formaban el séquito de un caudillo deben permanecer con él en el caso de que éste muera. A esta suprema fidelidad llaman consagración o devoción.
Plutarco, Sertorio, 14.
El culto a Ataecina se caracteriza por el levantamiento de altares y el uso de pequeños exvotos que bien podían tener forma de cabritas o bien podían ser cilindros en los que se tallaba un rostro de grandes ojos redondos combinados con otras formas geométricas que conformaban los rasgos de la cara. En las inscripciones se pide tanto su bendición como maldiciones, que podían ir desde una enfermedad ligera hasta la muerte. También se le pedía la curación de diversas dolencias.
Además de a Proserpina, Fliedner establece una asimilación de Ataecina con Santa Eulalia de Mérida, cuyos cultos coinciden. Según él, la devoción a Ataecina tiene su continuidad en el culto a Santa Eulalia. No hay muchos más datos que podamos usar para confirmar esto aunque sí es cierto que el culto a Santa Eulalia comienza a comienzos del siglo IV d.C., poco después de que dejen de aparecer inscripciones a la diosa Ataecina.
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